De la pobreza a la esperanza: La inspiradora lucha de Djibrilo Mendes por la educación y el cambio

Nací el 14 de mayo de 2000 en São Domingos, al norte de Guinea-Bissau.

Soy hijo de Upá Mendes y Maimuna Sanhá, el penúltimo de la familia, con cuatro hermanos: tres hermanas y un hermano. Crecí en una familia muy pobre, donde la pesca y la agricultura eran la única fuente de sustento. No teníamos acceso a la educación ni a un empleo estable, por lo que nuestra supervivencia dependía completamente del trabajo en el campo y en el mar.  

Mi infancia fue muy dura. A pesar de esforzarme para ayudar a mis padres, siempre sentí la injusticia de quedarme en casa mientras mis compañeros iban a la escuela. Mi padre decía que no tenía edad para estudiar, lo que me hacía llorar de impotencia, pues ni siquiera pude ir a la guardería.  

Después de completar la cultura tradicional (fanado) en 2005, mi madre decidió que debía recibir educación. En 2006, me matriculé en la escuela Eden, aunque con muchas dificultades económicas. Recuerdo que mi padre, siempre ingenioso, convirtió un viejo pantalón en mi mochila escolar.  

Ese mismo año, la guerra entre los rebeldes casamaneses y Guinea-Bissau nos obligó a huir a un pueblo remoto llamado Cacheu Sinho. En 2007, al regresar a São Domingos, descubrimos que habíamos perdido todos nuestros animales y posesiones. Con la ayuda de UNICEF, ingresé en la escuela pública Albino Sousa Nanque sin pagar matrícula. Mi madre, aunque analfabeta, se esforzó para que yo tuviera educación. Asistía a clases extra en el pueblo, aunque eran duras y recibía castigos si cometía errores.  

A pesar de mis esfuerzos, en segundo grado apenas sabía leer, pero destacaba en matemáticas. En tercero, mi tío se mudó a São Domingos para estudiar y se hizo cargo de mi educación. Sin embargo, mi padre decidió que debía dejar la escuela para trabajar con él en el campo y la pesca. A menudo faltaba a clases y mi madre sufría por ello, incluso recibiendo castigos físicos por permitirme estudiar. Cuando me rebelé y decidí seguir asistiendo a la escuela, mi padre me golpeó tan fuerte que me dejó un dedo paralizado de por vida.  

En cuarto grado, viví la peor tragedia de mi vida: la muerte de mi madre. Cuando nos llevaron a la villa donde estaba su cuerpo, la familia nos recibió y nos llevó al lugar. Al verla tirada allí, me desmayé y hasta el día de hoy no sé dónde fue enterrada. Durante quince días, cumplí los rituales de nuestra etnia en completo silencio. No hablé con nadie, ni con la familia de mi madre ni con la de mi padre. Me sumí en un aislamiento profundo.  

Al regresar a São Domingos, volví a la escuela con tristeza y poca esperanza. Con el tiempo, las responsabilidades en casa aumentaron. Mi tía se llevó a mi hermanita y yo quedé solo con mi padre, encargándome del hogar. Si no cocinaba a tiempo, no comía. A veces no iba a la escuela para ayudar a mi padre, quien dependía de la pesca y el bosque para subsistir.  

En un giro del destino, la ONGD KASUMAI ELCHE visitó nuestra escuela. La responsable, Mari Carmen B. Araujo, se conmovió al ver mi situación y comenzó a apoyarme. Me proporcionó uniforme, comida y, con la ayuda del director Walter Alberto Jandi, logró que viviera con él para poder seguir estudiando.  

Desde 2012, mi vida cambió. Con el respaldo de la ONGD KASUMAI ELCHE y mis padrinos en España, René y Óscar, estudié con disciplina. Aunque tuve un tropiezo en octavo grado y repetí un año, nunca más volví a suspender. En noveno grado, lideré un movimiento estudiantil llamado Unimos Partimos en protesta por la desorganización escolar. Como represalia, todos los miembros del movimiento fallamos el curso, pero con el apoyo de Mari Carmen y otros, decidí que nunca volvería a fallar académicamente.  

Tras completar la secundaria, ingresé a la universidad con ayuda de la ONG. Aunque deseaba estudiar Logística de Transporte y Aduanas, me recomendaron Administración, ya que el primer curso solo estaba disponible en Senegal y no tenía los medios para hacerlo. Me matriculé en Bissau y, con esfuerzo, me convertí en uno de los mejores estudiantes de mi clase.  

Mi historia es la prueba de que, a pesar de las adversidades, la educación y el apoyo adecuado pueden cambiar una vida. Es por eso que, con el tiempo, entendí que debía devolver lo que había recibido. Gracias a la ayuda de tantas personas que confiaron en mí, logré estudiar, crecer y encontrar oportunidades que antes parecían imposibles. Ahora, mi propósito es hacer lo mismo por otros. Sé lo que significa no tener recursos, sentirse perdido y carecer de esperanza. Pero también sé que, con apoyo y educación, se pueden abrir caminos impensables.  

Quiero enseñar y ayudar como la ONGD Kasumai Elche lo hizo por mi. Quiero ser la mano que se tiende a aquellos que, como yo, alguna vez sintieron que la educación era un sueño inalcanzable. Mi objetivo es guiar a los jóvenes de mi comunidad, motivarlos a luchar por su futuro y demostrarles que su origen no define sus posibilidades. La educación transformó mi vida, y ahora quiero ser parte del cambio en la vida de otros.

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